El fetiche.

 

Yaiza pensaba desde que empezó a salir con chicos, que estaba loca, que era una chica rara, y desde luego no quería contarle su secreto a nadie. Cada vez que iba a acostarse con un chico, se pintaba los labios. Se los pintaba despacio y sabía que eso era justo lo que necesitaba. Y esto no lo hacía por sentirse más sexy o por querer excitar a su pareja, sino porque realmente con ello conseguía todo lo que necesitaba, y su deseo sexual llegaba al punto exacto.

Lo que Yaiza no sabe es que su secreto no es ninguna vergüenza, y que muchas personas utilizan un objeto no asociado por origen al sexo para excitarse al igual que ella. Se llama fetiche, y no es bueno ni malo, solo diferente.

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